martes, 17 de agosto de 2021

Afganistán, ¡Yallah, yallah!

Artículo escrito por Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.). Autor del blog www.generaldavila.com, su último libro es La Guerra Civil en el Norte (La Esfera de los Libros, 2021).

 
¡Yallah, yallah! viene a ser algo así como «Vamos que nos vamos». Nos fuimos y ellos no se movieron un centímetro; siguen allí. El tiempo es suyo y no lo miden con las prisas de Occidente. Son los dueños y allí los relojes rolex se mueven a su capricho. Les llamamos talibán cuando ellos ni saben lo que eso significa. Poco les importa. Hurgar en su avispero es un peligro que exige analizar las consecuencias. Ahora después de hecho, llegarán. No será de hoy para mañana; tampoco una lucha abierta en los frentes de batalla. Será en el metro, el autobús o en el centro comercial. En los medios tibios del dinero, también.

Entonces no será hora de mirar a las tropas en retirada, sino de preguntarse por qué fuimos y por qué nos retiramos. ¿Quién despertó al león? La derrota de Occidente en Afganistán es algo que se esperaba y la caída de Kabul no hace sino refrendar la cobarde imagen de una civilización que ha equivocado sus valores puestos en el altar del becerro de oro.

Ustedes ahora van a ser asaeteados por cientos de artículos salidos de mentes privilegiadas que torean de salón. Quisiera evitar caer en el mismo error de los que hablan sin saber, y poder darles a oler la pólvora del lugar y para ello les transmitiré el testimonio directo de un comandante del Ejército español en Afganistán. Es un experto en distintas misiones y escenarios, un intelectual además de soldado, y su testimonio me ha servido para comprender la situación a la que hemos llegado. De esto hace algunos años, pero jugamos con el tiempo detenido.

Me escribía: «Mi general: las ideas que le he expresado en estos correos son solo fruto de la reflexión e interés hacia este conflicto y nuestro quehacer aquí. Me da la impresión de que, en muchas ocasiones, al tratarse de países lejanos como este, la distancia aumenta el desconocimiento, a veces desinterés, del ciudadano común y no pocas veces ello es aprovechado por los gobiernos para ofrecer una imagen de dichos países que no siempre se corresponde con la realidad. La cultura árabe y las cuestiones relacionadas con el mundo musulmán no dejan de impresionarme por lo manifiestamente antagónicas que son, con respecto a nuestra cultura; y a este respecto le contaré lo que ante mis ojos ocurrió hace unos días en la avenida central de Qala-i-Naw: Varón que circula unos pasos por delante de mujer añosa cargada con un fardo de leña de 12-15 kg a la espalda. En un momento dado la mujer cae al suelo de rodillas, el varón retrocede, le da una patada y le increpa para que se levante y continúe. La escena se repite, el varón se adelanta de nuevo y la mujer le sigue cargada con la leña. Y yo me pregunto: ¿será posible algún día cambiar esta cultura?».

Si Alejandro Magno estuviese al mando yo no tendría problema ni duda alguna. Kabul no es París ni Londres, aunque alguno pretenda ir allí de excursión exótica. Los que saben lo que se juega en ese escenario son los soldados. A su testimonio me remito. Claro que un soldado es vanguardia y retaguardia, y le falló la retaguardia.

El testimonio del comandante da un dato relevante: «Ayer estuvimos en Ab Kamari escoltando a un equipo de Aecid (Asociación Española de Cooperación internacional y Desarrollo). No sé muy bien cuáles son sus cometidos, pero sería fácil imaginarlos. Por aquí se les identifica con el siguiente eslogan: los mili kk, pero escóltame, así nos llaman». Claro, ese es el problema: mili kk, pero escóltame. La retaguardia. Una película en color, exótica, pero película. Cuando allí ronda en cada esquina la muerte en sus más variadas versiones, alguno piensa en Caperucita.

¿Qué vamos a hacer cuando os vayáis? Es la pregunta de aquellos ojos penetrantes de indescifrable color. Un piloto, español y de pensamiento rápido, me dice: «Los conflictos ya no los resuelven las Fuerzas Armadas. La guerra ya no se contempla. Los conflictos se resuelven con instituciones justas. Nosotros ganamos espacio seguro y las instituciones civiles hacen su trabajo. Hay que ganar la batalla cuando aún no ha comenzado». La cestita a la abuelita y luego llama a los leñadores.

La guerra es cruel y más cuando estás en un lugar desconocido, donde te miran con el interrogante: ¿y cuando os vayáis? Y no sabes qué contestar. Allí lo militar tuvo que formar, enseñar, administrar. ¿Qué han hecho las tropas españolas además de dejarse la vida?: dar seguridad, ayuda a la reconstrucción, formación y adiestramiento de las unidades del Ejército y la policía afganas.

Aún recuerdo el programa Green on blue por el color de los uniformes en la formación del Ejército afgano. ¿Habrá servido para algo? ¿Ha sido un fracaso? El soldado al que ayer formaste para el nuevo ejército afgano hoy puede disparar contra ti. Todo es muy complejo. Los mismos que te envían al combate, ponen trabas a tu actuación y no tienen claro por qué y para qué estás allí, convierten tu misión, en la que te juegas la vida, en programa electoral.

No puede afrontarse una situación internacional que a todos nos afecta con políticas enfrentadas, con maneras de actuación diametralmente opuestas y en las que al final quien paga son los soldados con sangre sudor y lágrimas y el resto de la población solo la siente cuando la tragedia se hace visible en el centro comercial, a la puerta de su casa.

La capacidad militar la tenemos, la moral y el apoyo de la retaguardia es muy dudoso.

El problema no es de capacidades militares occidentales pues tanto en preparación como en medios los nuestros son muy superiores, sino en la sociedad occidental que, a diferencia de la sociedad afgana, ha perdido su horizonte.

Aún recuerdo las palabras de John McCain, piloto de combate, derribado en Vietnam, prisionero de guerra de los comunistas, senador de Estados Unidos y candidato a la Casa Blanca, cuando manifestaba en una Conferencia sobre Seguridad y Defensa: «Normalmente un enemigo acepta reconciliarse cuando ve que no puede ganar».

Escribir cuando ya ocurrió la profecía es aburrido intelectualmente porque es insistir en lo tantas veces dicho. Hoy, fíjense, recuerdo a Rubalcaba cuando visitó Afganistán. Decía: «A veces nos preguntan qué hacen nuestros soldados a 6.000 kilómetros de distancia». Y él mismo se respondía: «Garantizar la seguridad en Afganistán supone garantizarla en España». Lo dicho por el vicepresidente español no deja de ser un tópico conocido y un intento de justificar una actuación, similar a la de Irak, en la que pocos creen, y solo nos acordamos cuando en algún lugar del mundo suena ¡bum!

Andemos con cuidado porque no es la primera vez que con dolor y resignación tenemos que hablar de las consecuencias de la guerra de Afganistán. Hoy la han ganado los talibán.

Extiende el cojín de la paciencia sobre la alfombra de la esperanza, dicen los afganos. Pero esa tranquilidad se gana cuando no cierras los ojos a lo que te rodea; y eres valiente.

Kabul es hoy París, Londres y Washington; todas las miradas se posan en su aeropuerto convertido en la bochornosa imagen de una retirada forzosa y humillante. Ni Aquiles, ni Alejandro. El mundo se invierte y las fuerzas cambian de dirección. Del Oriente llegarán...

¡Yallah, yallah!

¿Nos vamos? No. Nos echan. Hemos abandonado nuestras posiciones y una retirada impuesta es una derrota difícil de asumir y de graves consecuencias.

Debemos estar preparados.
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